viernes, 30 de julio de 2010

La mutación del lector, o apuntes caóticos en torno a La metamorfosis de la lectura

Si ya decía mi abuela que en esta vida hay muy pocas cosas seguras, con los tiempos de crisis su máxima se acentúa por momentos. Con todo, venga, digámoslo. Hay algunas cosas seguras. La ley de Murphy sigue ahí. Los enemigos siguen recibiendo subvenciones para sus complots, mal que nos pese, y cualquier texto que escriba Román Gubern será, casi por definición, brillante.
De anunciarse los libros con la misma plantilla de trailer que las superpagadas pelis deHollywood, se sobreimpresionarían en la pantalla frases como “Si le gustó Del bisonte a la realidad virtual”, “Si se emocionó con La escena y el laberinto”, “Si se enamoró leyendo La imagen pornográfica”, “Si se encontró a sí mismo en Patologías de la imagen” para cerrar la recargada enumeración con un “agarre a su librero de confianza y no lo suelte hasta que le dé Lametamorfosis de la lectura”. Algo así.
Y es cierto, hay que ser brillante para, de la que se elabora una cronología del soporte que permite la lectura, ir dejando reflexiones como ésta: “Y no es baladí señalar que el hecho de que Scheherezade quedara embarazada a lo largo de su saga narrativa, proponía implícitamente –y de modo literariamente revolucionario- que de la ficción surge la vida”.
Con agilidad, y como quien habla de algo cotidiano (que en el fondo es lo que supone el acto de leer), Gubern avanza por la Historia, y lo hace como si fuera motorizado y, al mismo tiempo, se permitiera las pausas de quien pasea a pie. Su tesis es clara, el soporte cambia, con él el lector y entonces la literatura. Y que nadie se engañe. No afronta esta idea desde un materialismo reduccionista, no es eso. Sencillamente coloca el avance tecnológico por encima del humanístico (entiendan también “artístico”), el soporte permite otras técnicas y en éstas encuentran nuevos acomodos los modos de expresión, de narración.
Su prosa está hipervinculada, pero sin artificios. Claro, diáfano, coloca los puntos ordenadamente por una sala virtual (claro) y los ramifica. Así la conferencia pronunciada en Ciudad de México, en septiembre de 2009, y de la que este texto parte.
En la panorámica que llega hasta el libro digital, (y no porque sea un final contemporáneo, sino porque acaba siendo el fin, y el motor, de este ensayo breve) se explora la cultura kitsch, y cómo los pacientes con afecciones de garganta no pueden leer ni tan siquiera en voz baja, porque se estimulan los órganos vocales, la dicotomía virtual/real y los cambios que trajo consigo la llegada de la imprenta.
Todo un recorrido que no se hace largo y en el que lector no se ve obligado a llegar con la lengua afuera para acabar con la situación que ocupa al autor: el libro digital como soporte. De hecho, es el último capítulo donde realiza el catedrático barcelonés una de las más difíciles tareas, analizar lo presente, con lo engorroso de la actualidad y hacerlo iluminando más que oscureciendo (triste costumbre que hemos acabado por asumir).
Quizás el único reproche sea precisamente la comparativa que establece Gubern entre el libro en papel y el libro digital (cuestión que, teniendo en cuenta lo anterior, no resulta necesaria), y cómo la misma peca de cierta ingenuidad. Porque al final, tras tanta agudeza se vuelve a los lugares comunes (el libro como objeto, qué bien huele, nunca se va a quedar sin batería, se lee mejor). Un cierre vago (incluye un punto en el que dice que no se puede utilizar el dispositivo digital en los aviones por ser electrónico, cuando quien haya hecho un par de viajes sabe que esta norma es sólo para el despegue y el aterrizaje) que rompe totalmente la solidez y preclaridad del ensayo en sí.
Aunque la palabra “fetichismo” lo dice todo. Y en este caso es perfectamente conmutable con la palabra “debilidad”, por lo que, aunque al final se abra la caja de Pandora de los tópicos, una siente debilidad por Román Gubern, a quien se permite el lujo de leer, papel convencional mediante, hasta cuando el avión despega.
Fuente: www.koult.es

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